Es natural que, a lo largo de la vida en pareja, podamos sentir la emoción de los celos en algún momento puntual. Sentimos miedo ante la posibilidad de perderla y que se nos remplace por otra persona. En algunos casos pueden estar fundamentados porque la pareja nos esté dando motivos para llegar a sentirlos, sin embargo, en la mayoría de las ocasiones estos son irracionales. Y, entonces, se convierten en una de las emociones más destructivas en una relación.

La falta de amor propio y de seguridad en uno/a mismo/a son el centro desde donde surge la emoción de los celos, junto a las creencias educativas de que la otra persona es de nuestra propiedad. Esta baja autoestima junto a la creencia de posesión hace que cualquier persona cercana a nuestra pareja puede ser considerada como peligro.

Los celos tienen unas consecuencias devastadoras en la relación afectiva y sexual de la pareja. Los conflictos cada vez son más frecuentes y con mayor carga de intensidad emocional, esto hace que los miembros que la conforman se vayan distanciando, terminando en muchas ocasiones finalmente en la ruptura de la relación de pareja.

¿Cuándo podemos identificar los celos como una patología?

Cuando no hay indicios reales y existen pensamientos irracionales y recurrentes acerca de la posible infidelidad de la pareja.

Se está todo el tiempo en estado de alerta, analizando lo que dice y hace la pareja.   

Se falta el respeto a su intimidad, revisando de manera continuada mensajes, llamadas, correos electrónicos, redes sociales, etc.

Se trata de controlar la vida de la pareja limitándola en sus actividades diarias, haciendo uso de reclamos y reproches.

Existe falta de autocontrol emocional y, por tanto, un sufrimiento elevado a este respecto (ansiedad, ira, temor, culpa, etc.). Este sufrimiento ya no solo afecta a la relación de pareja sino a otras áreas de su vida (laboral, familiar, social…).

Todo ello, en lugar de proximidad y cercanía -que es lo que erróneamente se pretende conseguir- comienza a provocar rechazo en la otra persona creando entonces el efecto contrario: distancia y desafecto.

Asumido el problema como algo propio, la persona celosa debe preguntarse qué inseguridades personales son las que le llevan a sentirse de esa manera con respecto a su pareja. Por otro lado, tiene que recuperar el control de sus pensamientos y la emoción asociada a ellos para que no le desborde, aceptando que forman parte de la fantasía y acudiendo a la razón para ir serenando dicha emoción poco a poco.

Hay que respetar la individualidad como un aspecto sano dentro de la vida en pareja, no como amenazante. La confianza no es contárnoslo todo, no se basa en saber de claves o contraseñas o dónde, con quién o qué hace nuestra pareja cuando no está con nosotros, sino saber que esté haciendo lo que esté haciendo, todo va bien. Al igual que mantener su privacidad a nivel tecnológico no significa que quiera ocultarnos nada, simplemente es su parcela personal a la que tiene derecho.

No es lícito, por tanto, invadir su intimidad por cuenta propia tratando de buscar aquello que confirme la sospecha, se debe eliminar drásticamente ese tipo de actitud comprobatoria.

Si hay algo que afecta de manera negativa, porque molesta o incomoda, hay que comunicárselo a la pareja de una forma constructiva, es decir, clara, pausadamente y en un tono adecuado. Llegar juntos a acuerdos y soluciones sanas y razonables.

En cualquier caso, ante esta problemática, el acudir a terapia psicológica se presenta como la opción más recomendable. Con ella podrás aprender a gestionar esta emoción, que no suele desaparecer, pero sí que ayuda en su manejo para que no produzca deterioro en la relación de pareja, así como una mejora en la propia calidad de vida emocional.

Laura Rico Marcos, psicóloga de Centros Ortofón y especialista en Sexología

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